17:01

Esto fue publicado en una porquería de edición donde ni siquiera me pidieron el permiso de publicarlo, donde había un montón de poemillas de diversos pseudo literatos (al igual que yo). Mala idea publicar algo en internet, pero si ya está online, bueno, no es mala idea dejar constancia.

Alicia.


Pequeño vestido floreado,
en tránsito.

Astutamente bailas, Alicia
valseado como girasol.
Extraes de tus entrañas
nada más que flores y orejas.

A veces te encuentras sola
como si de una caja se tratase,
tentada entre madera y cartón
¿lo quieres rígido o corrugado?

A veces extrañas,
no entiendes más que colores.
Escarlata, azul de prusia y verde veronés
tranquila, como agua.

Con lentitud te estás moviendo, Alicia
flotando como perfume.
Expeles asteriscos confusos
sólo símbolos y marañas.

Suave seda sobre tu piel,
mudándola.

16:59

Pensé en mi padre y en esos tipejos negros con capuchas, pequeños, que aparecen en Star Wars, esos del desierto que juntan chatarra que siempre alimentaron mi complejo de electra:

Venden pedazos de metal
tornillos oxidados
engranajes torcidos.
Tienen herrumbre en los dedos;
las falanges chirriantes.

16:58

Reflejo cerúleo
titilante, danza
profundamente acompasado
en movimientos redondos.

Movimiento extraño
pues no tiene extremidades para bailar.

Cierta sopresa
provoca, quieta
iridiscente en oscuridad
suave en sus ángulos.

16:57

Soy codicia de alma errante
Luz de vela
Crío, infante
Elegido del miedo y de la tierra
Soy enferma y vivo en estela
En el mar olor madera
Tiempo libre envuelve
Color gris es la garganta
De la cueva
Piedra eterna
Días de sombra y noches de luz
Suave, me resbalo
Como brisa acompañada de susurros
Torbellino incesante de escritos
Letras que frente a mis ojos
Pasan
Soy de una tonalidad indefinida
Por la erosión
El roce
Bailarina tranquila
Se mece sobre sus pies
Mutilados
Un par de secretos
Unos cuantos sellos
Nos guardan
Crece del suelo la hierba
No estoy tranquila
Me siento simplemente pasiva
Hay justo un espacio entre los árboles

16:56

Fumee

Entonces, se mira
cual halo intrínseco
no de luz
sino una suerte de turbiez singular.

Y va flotando
sube, se calma y se agita
no se si es clarividencia
o alguna forma de expresar telequinesia
pero podría jurar
que se mueve a voluntad.

Si lo exhalo de inmediato
así, medio angustiada
se torna azulado, entre índigo y cobalto.

Y si luego me tomo un tiempo
saboreandolo con calma
no es más que gris y pálido.

Parece que baila
ondas casi geométricas
se expande y contrae oscilante.

No se si es ritmo o simplemente:
A L U C I N A C I Ó N

16:55

La memoria, el recuerdo, es uno de los mecanismos que considero más difíciles de entender. ¿Cómo es que tomamos algo que puede ser completamente ajeno y lo hacemos nuestro, tan íntimo? Y a la vez, ¿cómo arrojamos al olvido con desgarro algo que estaba tan unido a nuestro ser?... Y lo más extraño ¿puede existir la memoria sin quien recuerde?

Hay casos bizarrísimos. Una vez vi un documental sobre gente que juraba haber estado en campos de concentración durante la Segunda Guerra, algo que hubiese sido imposible pues ni siquiera habían nacido. Y no eran mentiras, expertos habían analizado hasta lo más recóndito de sus mentes y realmente creían que habían vivido atrocidades innombrables por las cuales hasta el día de hoy mostraban traumas severos. O el caso de la gente que parece recordar "vidas pasadas" con exactitud intrigante... ¿Fue realmente esa vida suya alguna vez, o la tomó de algún lado y, por así decirlo, "se apropió de ella"?

Vagando por ahí me encontré con un fragmento de lo más interesante:

La memoria no es una facultad que tenga por meta lo cierto; la memoria es una función desigual y engañosa que lleva a cabo operaciones muy poco fiables, incluso contrarias a la verdad; la memoria es relato, una narración en la que se encajan y en la que se hacen congruentes hechos, circunstancias, episodios; pero la memoria es sobre todo un sentido de las cosas, el significado que otorgamos a lo que recordamos


La memoria es un relato. La memoria es el significado que damos al recuerdo. Y como sabemos, los signos y su significado tienen muchísimas aristas.

Es extraño como ciertos hechos me causan un malestar o goce siendo que no los he vivido. Por ejemplo, cuando me nombran la Inquisición, siento más ansias de retorcer cuellos que en muchas ocasiones de mi vida diaria, como si sintiera las llamas lamiéndome los pies. ¿Por qué? Ni idea. No responderé que es porque se cometieron injusticias y atrocidades, eso es evidente para todos, pero por qué esa sensación en el estómago...

Los humanos somos empáticos, a no ser de que seamos psicópatas. Eso es una ventaja como un problema en este caso. La empatía nos acerca al suceso, pero nos aleja de la realidad. Como veíamos en la película Hiroshima Mon Amour, ella ni siquiera es japonesa y parece estar conmocionada por los bombardeos, y él, familiar directo de afectados, es decir, alguien que "casi" vivió la tragedia, la empuja hacia afuera, rechaza esa insistencia. Ella quiere empatizar, el sólo quiere arrancar el hecho de su memoria. Mientras veía la película, recordé una frase del libro que cité en un post anterior, Océano Mar, donde una chiquilla enfermiza hace el amor con un hombre atormentado por un recuerdo horrible, "porque el mundo es una herida y alguien la está cosiendo en esos cuerpos que se mezclan".

20:32

Un Camino de aquí al Mar

Quiero publicar un fragmento de un libro que adoro. Es de esos libros donde no lees palabras, es como si se te transmitieran los sentidos y sentimientos como por osmosis, lo tocas y absorves, se te erizan los pelitos de la nuca y algo extraño te aprieta la garganta. Alessandro Baricco es bien conocido, especialmente por "Seda" (no vean la película, por favor), pero Océano Mar me pareció muchísimo mejor.

La temática del mar siempre me ha llamado la atención, y más de una vez me he visto arrastrada por sus corrientes y olas. Será que soy muy ñoña y me creo todas las cosas de ser Cáncer, lunática, acuática y marina.

Bien, dejaré este pedacito precioso, quizá pronto publique otra parte que también me gusta :3

No es exactamente una enfermedad, podría serlo, pero es algo menos, si tiene un nombre debe ser ligerísimo, lo dices y ya ha desaparecido.

__ Cuando era niña, un día llega un mendigo y empieza a tararear una cantilena, la cantilena asusta a un mirlo que se eleva…

__ … asusta a una tórtola que se eleva y es el zumbido de las alas …

__ … las alas que zumban, un ruido de nada …

__ … habrá sido hace diez años …

__ … pasa la tórtola delante de su ventana, un instante, así, y ella levanta los ojos de sus juegos y yo no sé, llevaba encima el terror, pero un terror blanco, quiero decir que no era como alguien que tiene miedo, sino como alguien que está a punto de desaparecer…

__ … el zumbido de las alas…

__… alguien a quien se le escapaba el alma…

__ … ¿me crees?

Creían que al crecer se le pasaría todo. Pero entretanto, todo el edificio se cubría de alfombras porque, como es obvio, sus mismos pasos la asustaban, alfombras blancas por todas partes, un color que no hiciera daño, pasos sin ruido y colores ciegos. En el parque, los senderos eran circulares con la única excepción osada de un par de veredas que serpenteaban ensortijando suaves curvas regulares – salmos – , y eso es más razonable, en efecto; basta un poco de sensibilidad para comprender que cualquier esquina sin visibilidad en una emboscada posible, y dos caminos que se cruzan, una violencia geométrica y perfecta, suficiente para asustar a cualquiera que esté seriamente en posesión de una auténtica sensibilidad, y mucho más a ella, que no es que tuviera exactamente un alma sensible, sino, por decirlo en términos precisos, que estaba poseída por una sensibilidad de ánimo incontrolable, que explotó para siempre en quién sabe qué momento de su vida secreta – vida de nada, tan pequeña como era – y después se le subió al corazón por vías invisibles, y a los ojos, y a las manos, y a todo, como una enfermedad, aunque una enfermedad no fuera, sino algo menos, si tiene un nombre debe ser ligerísimo, lo dices y ya ha desaparecido.



Todas estas cosas nadie las supo nunca en las tierras de Carewal. Pero todos sin excepción siguen aún contando lo que sucedó después. La dulzura de lo que sucedió después.

__Elisewin…

__ Una cura mlagrosa …

__ El mar…

__ Es una locura …

__ Se curará, ya verás.

__ Morirá.

__ El mar…

El mar – vio el barón en los dibujos de los geógrafos – estaba lejos. Pero sobre todo – vio en sus sueños – era terrible, exageradamente hermoso, terriblemente fuerte – inhumano y enemigo – maravilloso. Y además tenía colores distintos, olores jamás sentidos, sonidos desconocidos – era el otro mundo. Miraba a Elisewin y no conseguía imaginar cómo podría acercarse a todo aquello sin desaparecer, en la nada, disuelta en el aire por la turbación, y por la sorpresa. Pensaba en el instante en que habría de volverse, de repente, para recibir en los ojos el mar. Pensó en ello durante semanas. Y después lo comprendió. No había sido difícil, en el fondo, Era increíble no haber pensado en ello antes.

__ ¿Cómo llegaremos al mar? …

__ Será él quien venga a recogeros.

Así partieron, una mañana de abril, atravesaron campos y colinas y al atardecer del quinto día llegaron hasta las orillas de un río. No había ni un pueblo, no había casas, nada. Pero sobre el agua se balanceaba, silencioso, un pequeño navío. Se llamaba Adel. Navegaba, por lo general, en las aguas del océano, llevando riquezas y miserias, de ida y de vuelta, entre el continente y las islas. A proa llevaba un mascarón con cabellos que le resbalaban hasta los pies. Las velas tenían en su interior todos los vientos del mundo lejano. La quilla había escrutado, durante años, el vientre del mar. En cada rincón, olores desconocidos relataban historias que las caras de los marineros llevaban transcritas sobre la piel. Tenía dos mástiles. El barón de Carewall quiso que remontase, desde el mar; el curso del río hasta allí.

__ Es una locura – le había escrito el capitán.

__ Os cubriré de oro – había contestado el barón.

Y ahora, como un fantasma escapado de cualquier ruta razonable, el navío de dos mástiles llamado Adel estaba allí. Sobre el pequeño muelle, en el que por lo general amarraban pequeñas embarcaciones, el barón se abrazó a su hija y le dijo

__ Adios.

Elisewin permaneció callada. Se cubrió el rostro con un velo de seda, deslizó en las manos del padre un papel, doblado y sellado, se dio la vuelta y fue al encuentro de los hombres que habían de llevarla al navío. Era ya casi de noche. De haberlo querido, habría podido parecer un sueño.

Así fue como Elisewin descendió hacia el mar del modo más dulce del mundo – sólo la mente de un padre podía imaginarlo -, llevada por la corriente, a lo largo de la danza hecha de curvas, pausas y titubeos que el río había aprendido en siglos de viajes, él, el gran sabio, el único que sabía el camino más hermoso y dulce y apacible para llegar al mar sin hacerse daño. Descendieron, con esa lentitud decidida al milímetro por la sabiduría materna de la naturaleza, introduciéndose poco a poco en un mundo de olores de cosas de colores que día tras día desvelaba, lentísimamente, la presencia lejana, y después cada vez más próxima, del enorme regazo que los esperaba. Cambiaba el aire, cambiaban las auroras, y los cielos, y las formas de las casas, y los pájaros, y los sonidos, y las caras de la gente en las orillas, y las palabras de la gente en sus bocas. Agua que se deslizaba hacia el agua, galanteo delicadísimo, los meandros del río como una cantilena del alma. Un alma imperceptible. En la mente de Elisewin, sensaciones a millares, pero ligeras como plumas en vuelo.

Todavía hoy, en las tierras de Carewall, relatan todos aquel viaje. Cada uno a su manera. Todos sin haberlo visto nunca. Pero no importa. No dejarán nunca de relatarlo. Para que nadie pueda olvidar lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien – un padre, un amor, alguien – capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese río – imaginarlo, inventarlo – y de depositarnos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós. Eso, en verdad, sería maravilloso. Sería dulce la vida, cualquier vida. Y las cosas no nos harían daño, sino que se acercarían traídas por la corriente, primero podríamos rozarlas y después tocarlas y sólo al final dejar que nos tocaran. Dejar que nos hirieran, incluso. Morir por ellas. No importa. Pero todo sería, por fin, humano. Bastaría la fantasía de alguien – un padre, un amor, alguien. El sabría inventar un camino, aquí, en medio de este silencio, en esta tierra que no quiere hablar. Camino clemente y hermoso. Un camino de aquí al mar.


ALESSANDRO BARICCO - Océano Mar