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Un Camino de aquí al Mar

Quiero publicar un fragmento de un libro que adoro. Es de esos libros donde no lees palabras, es como si se te transmitieran los sentidos y sentimientos como por osmosis, lo tocas y absorves, se te erizan los pelitos de la nuca y algo extraño te aprieta la garganta. Alessandro Baricco es bien conocido, especialmente por "Seda" (no vean la película, por favor), pero Océano Mar me pareció muchísimo mejor.

La temática del mar siempre me ha llamado la atención, y más de una vez me he visto arrastrada por sus corrientes y olas. Será que soy muy ñoña y me creo todas las cosas de ser Cáncer, lunática, acuática y marina.

Bien, dejaré este pedacito precioso, quizá pronto publique otra parte que también me gusta :3

No es exactamente una enfermedad, podría serlo, pero es algo menos, si tiene un nombre debe ser ligerísimo, lo dices y ya ha desaparecido.

__ Cuando era niña, un día llega un mendigo y empieza a tararear una cantilena, la cantilena asusta a un mirlo que se eleva…

__ … asusta a una tórtola que se eleva y es el zumbido de las alas …

__ … las alas que zumban, un ruido de nada …

__ … habrá sido hace diez años …

__ … pasa la tórtola delante de su ventana, un instante, así, y ella levanta los ojos de sus juegos y yo no sé, llevaba encima el terror, pero un terror blanco, quiero decir que no era como alguien que tiene miedo, sino como alguien que está a punto de desaparecer…

__ … el zumbido de las alas…

__… alguien a quien se le escapaba el alma…

__ … ¿me crees?

Creían que al crecer se le pasaría todo. Pero entretanto, todo el edificio se cubría de alfombras porque, como es obvio, sus mismos pasos la asustaban, alfombras blancas por todas partes, un color que no hiciera daño, pasos sin ruido y colores ciegos. En el parque, los senderos eran circulares con la única excepción osada de un par de veredas que serpenteaban ensortijando suaves curvas regulares – salmos – , y eso es más razonable, en efecto; basta un poco de sensibilidad para comprender que cualquier esquina sin visibilidad en una emboscada posible, y dos caminos que se cruzan, una violencia geométrica y perfecta, suficiente para asustar a cualquiera que esté seriamente en posesión de una auténtica sensibilidad, y mucho más a ella, que no es que tuviera exactamente un alma sensible, sino, por decirlo en términos precisos, que estaba poseída por una sensibilidad de ánimo incontrolable, que explotó para siempre en quién sabe qué momento de su vida secreta – vida de nada, tan pequeña como era – y después se le subió al corazón por vías invisibles, y a los ojos, y a las manos, y a todo, como una enfermedad, aunque una enfermedad no fuera, sino algo menos, si tiene un nombre debe ser ligerísimo, lo dices y ya ha desaparecido.



Todas estas cosas nadie las supo nunca en las tierras de Carewal. Pero todos sin excepción siguen aún contando lo que sucedó después. La dulzura de lo que sucedió después.

__Elisewin…

__ Una cura mlagrosa …

__ El mar…

__ Es una locura …

__ Se curará, ya verás.

__ Morirá.

__ El mar…

El mar – vio el barón en los dibujos de los geógrafos – estaba lejos. Pero sobre todo – vio en sus sueños – era terrible, exageradamente hermoso, terriblemente fuerte – inhumano y enemigo – maravilloso. Y además tenía colores distintos, olores jamás sentidos, sonidos desconocidos – era el otro mundo. Miraba a Elisewin y no conseguía imaginar cómo podría acercarse a todo aquello sin desaparecer, en la nada, disuelta en el aire por la turbación, y por la sorpresa. Pensaba en el instante en que habría de volverse, de repente, para recibir en los ojos el mar. Pensó en ello durante semanas. Y después lo comprendió. No había sido difícil, en el fondo, Era increíble no haber pensado en ello antes.

__ ¿Cómo llegaremos al mar? …

__ Será él quien venga a recogeros.

Así partieron, una mañana de abril, atravesaron campos y colinas y al atardecer del quinto día llegaron hasta las orillas de un río. No había ni un pueblo, no había casas, nada. Pero sobre el agua se balanceaba, silencioso, un pequeño navío. Se llamaba Adel. Navegaba, por lo general, en las aguas del océano, llevando riquezas y miserias, de ida y de vuelta, entre el continente y las islas. A proa llevaba un mascarón con cabellos que le resbalaban hasta los pies. Las velas tenían en su interior todos los vientos del mundo lejano. La quilla había escrutado, durante años, el vientre del mar. En cada rincón, olores desconocidos relataban historias que las caras de los marineros llevaban transcritas sobre la piel. Tenía dos mástiles. El barón de Carewall quiso que remontase, desde el mar; el curso del río hasta allí.

__ Es una locura – le había escrito el capitán.

__ Os cubriré de oro – había contestado el barón.

Y ahora, como un fantasma escapado de cualquier ruta razonable, el navío de dos mástiles llamado Adel estaba allí. Sobre el pequeño muelle, en el que por lo general amarraban pequeñas embarcaciones, el barón se abrazó a su hija y le dijo

__ Adios.

Elisewin permaneció callada. Se cubrió el rostro con un velo de seda, deslizó en las manos del padre un papel, doblado y sellado, se dio la vuelta y fue al encuentro de los hombres que habían de llevarla al navío. Era ya casi de noche. De haberlo querido, habría podido parecer un sueño.

Así fue como Elisewin descendió hacia el mar del modo más dulce del mundo – sólo la mente de un padre podía imaginarlo -, llevada por la corriente, a lo largo de la danza hecha de curvas, pausas y titubeos que el río había aprendido en siglos de viajes, él, el gran sabio, el único que sabía el camino más hermoso y dulce y apacible para llegar al mar sin hacerse daño. Descendieron, con esa lentitud decidida al milímetro por la sabiduría materna de la naturaleza, introduciéndose poco a poco en un mundo de olores de cosas de colores que día tras día desvelaba, lentísimamente, la presencia lejana, y después cada vez más próxima, del enorme regazo que los esperaba. Cambiaba el aire, cambiaban las auroras, y los cielos, y las formas de las casas, y los pájaros, y los sonidos, y las caras de la gente en las orillas, y las palabras de la gente en sus bocas. Agua que se deslizaba hacia el agua, galanteo delicadísimo, los meandros del río como una cantilena del alma. Un alma imperceptible. En la mente de Elisewin, sensaciones a millares, pero ligeras como plumas en vuelo.

Todavía hoy, en las tierras de Carewall, relatan todos aquel viaje. Cada uno a su manera. Todos sin haberlo visto nunca. Pero no importa. No dejarán nunca de relatarlo. Para que nadie pueda olvidar lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien – un padre, un amor, alguien – capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese río – imaginarlo, inventarlo – y de depositarnos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós. Eso, en verdad, sería maravilloso. Sería dulce la vida, cualquier vida. Y las cosas no nos harían daño, sino que se acercarían traídas por la corriente, primero podríamos rozarlas y después tocarlas y sólo al final dejar que nos tocaran. Dejar que nos hirieran, incluso. Morir por ellas. No importa. Pero todo sería, por fin, humano. Bastaría la fantasía de alguien – un padre, un amor, alguien. El sabría inventar un camino, aquí, en medio de este silencio, en esta tierra que no quiere hablar. Camino clemente y hermoso. Un camino de aquí al mar.


ALESSANDRO BARICCO - Océano Mar

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta :)

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